domingo, julio 04, 2004

IN HOC SIGNO VINCES

Constantino fue un emperador romano que tuvo que sufrir las consecuencias de varias guerras civiles, algunas instigadas por él mismo. Todo empezó cuando el emperador Diocleciano quiso instaurar, a finales del siglo III de. C., la institución de la Tetrarquía, es decir, el gobierno de cuatro. Él mismo se denominó Augusto, y nombró a Maximiano su colega con el mismo nombre y la misma dignidad. Otros dos, con el título de César, Galerio y Constancio Cloro, les ayudarían en el gobierno de Roma.

La idea era buena. Cuando faltaran o abdicaran los dos Augustos, los Césares ocuparían el cargo, y a su vez nombrarían nuevos Césares. Así sucesivamente. En teoría era un procedimiento de gobierno que tenía que funcionar. Sin embargo no se había tenido en cuenta algo que venía sucediendo en Roma desde el comienzo del Imperio: la sucesión por parte de los familiares del anterior emperador.

Cuando en el año 305 abdicaron Diocleciano y Maximiano, los dos Césares, Galerio y Constancio Cloro accedieron al título de Augusto y nombraron nuevos Césares: Severo y Maximino Gaia.

Majencio era hijo de uno de los Augustos, Maximinao, y Constantino de otro, Constancio Cloro. A la muerte de éste último, en vez de aceptar que el César subiera de categoría y se proclamara Augusto, Constantino decidió esgrimir su parentesco con el difunto y se hace nombrar Augusto por sus soldados en las guarniciones de Bretaña. Severo, que era el legítimo, también fue nombrado Augusto. Majencio se autoproclamó en Roma, y su padre, el que había abdicado con Diocleciano quiso recuperar el poder. Fue un momento delicado en la historia de Roma, ya que nos encontramos con seis personas que querían atribuirse el título de Emperador o Augusto. Estas situaciones no pueden terminar más que con las armas, y a partir del año 306 comenzó una guerra de muchos frentes en la que unos vencieron a otros, de tal forma que la legalidad de la tetrarquía fue echada por tierra.

Constantino, a partir de 307, fue venciendo poco a poco a todos los que se le enfrentaban en el occidente del imperio, hasta que sólo quedaban él y Majencio. Éste fue vencido en varias batallas (en Turín, en Verona y en la batalla de Saxa rubra , cerca del Puente Milvio, en Roma).

Los historiadores cristianos Eusebio de Cesarea y Cecilio Lactancio, contemporáneos de Constantino cuentan la historia del favor divino en esta última batalla.

Majencio se encontraba acorralado cerca del río Tíber. Era el día 27 de octubre del año 312. Entonces, según cuentan los historiadores, miró al cielo y vio la señal de la cruz con la leyenda “in hoc signo vinces”, que quiere decir: “con esta señal vencerás”. Durante la noche tuvo grandes pesadillas oyendo voces que le instaban a que marcara a sus legionarios con dicha señal. Al amanecer lo hizo, y la victoria fue aplastante. El mismo Majencio pereció en ella y fue arrastrado por las aguas del Tíber

A partir de ese momento sólo hubo un emperador en Roma, aunque todavía tuvo que seguir defendiendo el trono contra los otros aspirantes que venían de oriente.

En agradecimiento a la ayuda divina en la batalla decisiva contra Majencio, en el año 313 proclamó el Edicto de Milán por el que los cristianos dejaban de ser perseguidos y podían realizar sus cultos con entera libertad y al mismo nivel que los de los dioses paganos, propios de Roma. El mismo Constantino, en su lecho de muerte pidió el bautismo.