jueves, julio 29, 2004

¡Larga vida a lo disfuncional!

François Brune

En el mejor de los mundos que es el nuestro, las “disfunciones” están a la orden del día. Sin embargo, sería un error afligirse: la economía occidental demuestra, a través de sus propios derrapes, que avanza irreversiblemente por el camino del progreso, y esto sucede en todos los órdenes...

¿ Su computadora falla? “Una pequeña disfunción, dice el especialista; es normal”. Usted se tranquiliza: el desperfecto específico prueba la excelencia del conjunto.

El último cohete Ariane falla al despegar. ¿Defecto en un motor? ¿Desperfecto en un microprocesador? ¿Error humano? “¡Disfunción!” Los técnicos analizarán, encontrarán. Y se podrá empezar de nuevo.

Un túnel se incendia. ¿Mal diseño? ¿Defecto en el sistema de control? ¿Reducción del presupuesto destinado al mantenimiento? Disfunción.

Una fábrica explota. Disfunción. Los expertos investigarán, encontrarán, y pronto todo funcionará como antes.

¿ El servicio meteorológico se equivoca en sus pronósticos? ¿Una red de autopistas se paraliza a causa de nevadas previsibles? Disfunción.

¿ Un recluso psíquicamente alterado estrangula a un inocente bajo vigilancia, en la celda de una cárcel? Es una “disfunción” del sistema carcelario (fines de enero de 2002).

Resulta difícil esclarecer en Yonne el “misterio de las desaparecidas”. Es lamentable; pero, en definitiva, no es más que una “disfunción de la justicia”.

El Erika, luego el Prestige encallan y derraman sus cargamentos. ¡Disfunciones! Absolutamente excepcionales, por cierto. ¿No se había alertado a Bruselas? ¿Usted dice que esto no tendría que haberse producido? Es cierto. Pero ahí también hubo una suerte de “disfunción”. La Comisión Europea, de alguna manera “falló”, a su modo. Tranquilícese, la próxima vez... ¡Ya no habrá próxima vez!

Estos últimos años, se produjeron en los mercados financieros maniobras especulativas muy nefastas. Disfunciones, por supuesto. ¿Qué decir de las quiebras de Enron y de Worldcom? ¡Disfunciones! “Olvidaron los fundamentos”, explica Thierry Breton (1); de donde se desprende la solución luminosa: saldremos de los atolladeros del capitalismo con más capitalismo (2).

¿ Tuvo la democracia francesa algún problema con ciertos partidos? Disfunciones. A veces se dice también, muy técnicamente, “déficit”. “Un déficit de democracia” explicó el fracaso de Lionel Jospin en abril de 2002... Con algunas disfunciones de regalo (del tipo “Allègre” o “Michelin”). Pero, naturalmente, nada que ver con la situación económica o social.

Sobre este listado diariamente renovable, caben tres observaciones:

- El uso de la palabra “disfunción” concentra siempre la atención en la falla de un elemento parcial del sistema global, como si se tratara de una excepción que confirma la regla. Cualquiera que sea la catástrofe, siempre es un problema menor el que se interpone. Que enormes sistemas tecnológicos, perfectamente “operativos”, puedan estar a merced de un error infinitesimal, de un “talón de Aquiles” miniaturizado, no parece alarmar a nadie. Se lo denomina “disfunción”, se persevera en el mejor camino de una funcionalidad tan frágil como sofisticada; y ¡ay de los “ilusos”!, como Ivan Illich, que se atreven a acusar al sistema funcional en su conjunto. Cuando un Airbus 320 se estrelló en el monte Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, hace diez años, un comentarista exclamó: “¿Por qué, ante cada accidente, hay quienes se atreven a la regresión, al punto de acusar a la modernidad? El incidente en el camino, que es el fallo técnico de un avión sofisticado, ¿debe poner en tela de juicio toda la evolución?” Incidente en el camino... fallo técnico... evolución irreversible... Los efectos perversos de la modernidad “demuestran” la excelencia de la modernidad.

- ¿Interpretación abusiva? No: esta lógica paradójica es inherente al lenguaje mismo. ¿Qué es una disfunción? “Un trastorno del funcionamiento”, señala el diccionario. Así, cuando se habla de disfunción del sistema digestivo o del sistema nervioso, esto implica el reconocimiento del valor del sistema para sólo lamentar el trastorno pasajero. Pero esto se torna una manipulación política cuando la palabra se traslada a todo tipo de realidades tecnológicas, económicas, sociales, ecológicas, incluso militares (3). Porque, entonces, se legitiman su naturaleza y su función en el instante mismo en que se observan sus “desvíos”. Se “eufemizan” los trastornos, absteniéndose de señalar a los culpables. El término disfunción se convierte en la fácil coartada para justificar toda lógica funcional. Confirma los futuros desórdenes, los vacuna de antemano.

- “Vacuna”: ésta es precisamente, según Roland Barthes, la figura retórica que consiste en confesar algunos errores ocasionales para lograr que se acepte mejor un mal principal. Retórica tanto más sutil cuando, en su sabia extensión y complejidad, la palabra “disfunción” parece contener siempre la causa de aquello cuyo efecto describe. El experto que la emplea parece dominar lo real. La opinión intimidada, el periodista carente de objeciones, no tienen tiempo de acusar a la lógica del sistema que “disfuncionó”. Quedan deslumbrados ante una razón técnica que disuade de buscar la Causa de la causa. La focalización en el “cómo” impide la emergencia del “por qué”. Y en cada caso, bajo el artificio retórico, se perfila la omnipresencia de la ideología funcional, garante del mito del progreso. Como lo demostró Jacques Ellul en Le Système tecnicien (4), la regla es siempre “responder a los efectos perversos del Sistema a través de soluciones que aumentan la perversidad del Sistema”. Hay una “tecnificación” a ultranza; la generación de un potencial infinito de problemas que se denominarán “disfunciones”; el intento, ante cada fracaso, de aportar remedios sofisticados que incrementan la nocividad del sistema. Y se llega al punto dramático en el que “ya no se puede destecnificar”. ¿Ejemplos?

Las autopistas y los túneles están saturados de camiones. Para reducir ese tránsito y hacer que respiren ciertos valles, habría que regular, limitar, invertir la tendencia. Sobre todo, habría que oponerse radicalmente a la alocada expansión del transporte terrestre debido a la máxima reducción de stocks... En lugar de ello, ¿qué se hace? Se crean nuevas autopistas, se perforan largos y costosos túneles, y se alienta la demencia del sistema creyendo remediar sus “disfunciones”.

Se escuchan lamentos sobre la violencia en los medios de comunicación, especialmente en la televisión. Por lo menos habría que reglamentar y tener el coraje de prohibir. Sobre todo, y radicalmente, habría que enfrentar a la tiranía del rating que resulta de la absoluta sumisión de los canales a la omnipotencia de la publicidad. En lugar de ello, hay quienes agitan la amenaza de medidas “liberticidas”, apelan cándidamente a la educación de los niños por padres que carecen de educación, y no tardan en llegar a la solución- imaginada hace algunos años- de un chip informático que permita encriptar las escenas traumáticas, lo que evidentemente resolverá el problema...

Indudablemente, el petróleo ensucia nuestras playas; ¡pero no se va a frenar la libre circulación de un oro negro que irriga toda nuestra economía! Vayamos pues en busca de la solución técnica. ¡Y acaba de aparecer! Es un barco con bomba de succión capaz de absorber las capas de combustible que se encuentran a la deriva sobre las aguas. ¡Un barco que se beberá el mar! Fabricado por Alsthom, funciona con petróleo, y sin duda con el petróleo que recoge funcionando... Fuente de empleos, dado que será necesario producirlo en serie. ¡Y que se venderá en el mercado mundial!

El fracaso del “desarrollo” en los países considerados sin embargo “en vías de desarrollo” resulta preocupante, y esto a pesar de la ayuda de nuestros ingenieros, nuestras ONG, nuestros préstamos... y de las éticas inversiones de nuestras desinteresadas empresas. ¿Qué hacer? ¿Poner en tela de juicio los modelos de desarrollo que les prescribimos como los mejores? Ni pensarlo. Dado que nuestras formas de ayuda se revelaron hasta el momento tan constantemente efímeras, les proponemos de ahora en adelante un desarrollo “sostenible”, que perpetuará el fracaso de sus economías perpetuando el modelo (5).

Las “guerras del Golfo” convertidas en rituales resultan alarmantes. Pero qué son sino las mini-disfunciones de una Pax americana que funciona de maravilla sobre el principio del Si vis pacem, para bellum (6). A menos que sea la paz misma la que, frenando las lógicas de guerra, aparezca como una disfunción mayor en la inocente expansión del “way of life” estadounidense...

En Francia, desde hace algunos meses, asistimos a una “catarata de planes sociales”. ¿“¡Disfunciones!”, dirá usted? De ninguna manera. Como para desmentir nuestro brillante análisis, nuestros gobernantes ¡nunca emplearon la palabra fetiche! ¿Qué sucede entonces? Sólo esto: los planes sociales no son disfunciones. Son el signo de una economía liberal que galopa con buena salud bajo el látigo de la feliz mundialización...

Por lo tanto es como para soñar... ¡con una buena disfunción!

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NOTAS:

(1) Le Monde, París, 3-7-02, pág. 11. La palabra disfunción abunda en esa página.
(2) “À crise de marché, remèdes de marché…”, señala con razón Serge Halimi en Le Monde diplomatique, edición española, septiembre de 2002. Para resolver una crisis comercial, nada como reforzar la lógica comercial que origina dicha crisis.
(3) En Afganistán, algunos B 52 bombardearon a soldados estadounidenses. Disfunciones... Lo mismo en Irak, donde la expresión “disparo amigo” demuestra que la “disfunción” es, de ahora en adelante, parte de la función. Ya en El discreto encanto de la burguesía, un militar encarnado por Piéplu exclamaba desanimado: “Si los estadounidenses bombardean a sus propias tropas, ¡es porque tienen sus razones!”
(4) Calman-Levy, París, 1977, libro agotado.
(5) Véase Défaire le développement, Refaire le monde, La Ligne d’Horizon, Parangon, 2003.
(6) Si quieres la paz, prepara la guerra. Madeleine Albright no decía acaso, para acelerar la intervención estadounidense en Kosovo: “¿Para qué tener un ejército tan maravilloso si no se lo utiliza nunca?”