jueves, julio 29, 2004

Ese terrible reposo que es también el de la muerte social

Pierre Bourdieu

En 1931, dos investigadores, Marie Jaboda y Hans Zeisel realizaron, bajo la dirección de Paul Lazarsfeld, un estudio sobre un grupo de desocupados de Marienthal, pequeña ciudad austríaca cuya empresa principal había cerrado. Ese texto, editado en 1932 en Alemania, pocos meses antes de la llegada de Hitler al poder (enero de 1933), en una época marcada por un desempleo masivo, es considerado una obra de referencia sobre la desocupación y sus efectos. No obstante, sus autores se resistieron largamente a su traducción. No estaban enteramente satisfechos con su trabajo, por estimar que se trataba de un primer abordaje un tanto rudimentario.
Traducido en 1981 en Francia (por Françoise Laroche), el texto se publicó en Editions de Minuit con un breve prefacio de Pierre Bourdieu, cuyo texto volvemos a publicar aquí íntegramente.

Por una paradoja al fin y al cabo satisfactoria, Les chômeurs de Marienthal es, de todas las obras de Paul Lazarsfeld, la que indudablemente más nos satisface hoy en día, a pesar de que indiscutiblemente es la que menos le satisfacía a él. No, como dirían algunos, porque trata de un asunto positivamente anotado y connotado y por estar inspirada en una intención declarada de servir, y en este caso una « buena causa ». Por el contrario, yo me inclinaría a pensar que las debilidades más reales de este trabajo residen no tanto según él creía en la imperfección e imprecisión de las cifras como en la incapacidad de pensar la ciencia de otra manera que como simple recolección, registro, medida de todo y de nada. Y en la tendencia a encontrar la justificación de esta actividad científica incapaz de darse a sí misma su finalidad, en tal o cual función asignada desde afuera, se trate del socialismo o la lucha contra el desempleo, o en tiempos del exilio en Estados Unidos, alguna otra forma de « reclamo social » ni más ni menos inaceptable, que impone a la investigación sus objetivos y sobre todo sus límites, concientes o inconcientes. Pienso por ejemplo en todos los efectos que pudo ejercer sobre la relación de investigación y sobre la observación misma de las prácticas el hecho de que los investigadores, para acercarse a su objeto, hayan tenido que presentarse como « trabajadores sociales » y exponerse así a suscitar lo que a los dominados, instruidos por la experiencia, se les aparece como la contraparte obligada de toda acción de asistencia o beneficencia, es decir la sumisión más o menos declarada a las normas imperantes. Una vez más, no es que haya en este trabajo nada que sea moralmente «reprensible» o políticamente «sospechoso». Ni que pueda existir, por mucho que se haga, una relación de investigación pura, donde todo efecto de imposición, o incluso de dominación, esté ausente. Pero olvidar que la investigación misma es una relación social que tiende inevitablemente a estructurar todas las interacciones, es condenarse a tratar como un dato, un dato puro, al gusto de todos los positivismos, lo que de hecho es un objeto preconstruido, y de acuerdo con leyes de construcción que se ignoran aunque se haya participado en su ejecución.

Pero por una extraña revancha, la ausencia casi total de construcción conciente y coherente que condena al investigador a la huida compensatoria en un frenético esfuerzo de recolección exhaustiva es sin duda responsable de lo que constituye el valor más infrecuente de este trabajo : la experiencia del desempleo se expresa allí en bruto, en su verdad casi metafísica de experiencia del desamparo. A través de las biografías o los testimonios –pienso por ejemplo en ese desocupado que, luego de haber escrito ciento treinta cartas de solicitud de empleo y de no obtener ninguna respuesta, se detiene, abandonando su búsqueda, como privado de energía, de todo impulso hacia el futuro-, a través de todas las conductas que los investigadores describen como «irracionales», ya se trate de compras capaces de desequilibrar de modo duradero su presupuesto o, en otro orden de cosas, del abandono de las publicaciones políticas y de la política misma en beneficio de periódicos de crónica policial (más costosos sin embargo) y del cine, lo que se entrega o traiciona es el sentimiento de desamparo, de desesperación, y hasta de absurdo, que se impone al conjunto de esos hombres súbitamente privados no sólo de una actividad y un salario, sino de una razón de ser social, y devueltos así a la verdad desnuda de su condición. El retiro, la jubilación, la resignación, la indiferencia política (los romanos la llamaban quies) o la fuga hacia el imaginario milenarista son, en su totalidad, manifestaciones, sorprendentes para quien espera el levantamiento revolucionario, de ese terrible reposo que es el de la muerte social. Junto con su trabajo, los desocupados perdieron las mil naderías en las que se materializa y pone de manifiesto concretamente la función socialmente conocida y reconocida, es decir el conjunto de los fines planteados por anticipado, por fuera de todo proyecto conciente, bajo la forma de exigencias y urgencias –citas «importantes», trabajos que entregar, cheques que librar, presupuestos que preparar-, y todo el futuro ya dado en el presente inmediato, bajo la forma de plazos, fechas y horarios que respetar –ómnibus que hay que tomar, ritmos que sostener, trabajos por terminar. Privados de este universo objetivo de incitaciones e indicaciones que orientan y estimulan la acción y, por esa vía, toda la vida social, no pueden vivir el tiempo libre que les queda más que como tiempo muerto, tiempo para nada, vaciado de su sentido. Si el tiempo parece aniquilarse, es porque el trabajo es el soporte, si no el principio, de la mayoría de los intereses, expectativas, exigencias, esperanzas e inversiones en el presente (y en el futuro o el pasado que éste implica), en suma, uno de los fundamentos mayores de la illusio como compromiso en el juego de la vida, en el presente, como presencia en el juego, por lo tanto en el presente y el futuro, como inversión primordial que –todas las sabidurías lo enseñaron siempre identificando el desarraigo del tiempo al desarraigo del mundo- hace el tiempo, es el tiempo mismo.

Excluidos del juego, hastiados de escribirle a Papá Noel, de esperar a Godot, de vivir en ese no-tiempo en el que no pasa nada, donde no hay nada que pueda esperarse, esos hombres desposeídos de la ilusión vital de tener una función o una misión, de tener que ser o hacer algo, pueden, para sentir que existen, para matar el no-tiempo, recurrir a actividades que, como las apuestas turfísticas, el totocalcio y todos los juegos de azar que se juegan en todas las villas miseria y todas las favelas del mundo, permiten introducir nuevamente, por un momento, hasta el fin del partido o hasta el domingo por la tarde, la espera, es decir el tiempo finalizado, que es de por sí fuente de satisfacción. Y para intentar sacarse de encima la sensación de ser juguete de fuerzas externas, que tan bien expresaban los sub-proletarios argelinos, (“soy como una cáscara flotando en el agua”), para intentar romper con la sumisión fatalista a las fuerzas del mundo, pueden también, sobre todo los más jóvenes, buscar en actos de violencia que valen por sí mismos más –o igual- que por las ganancias que traen, un medio desesperado de volverse “interesantes”, de existir frente a los demás, para los demás, en una palabra, de acceder a una forma reconocida de existencia social.

Profesionales de la interpretación, con el mandato social de dar sentido, aportar explicaciones, poner orden, los sociólogos, sobre todo si son conciente o inconcientemente adeptos a una filosofía apocalíptica de la historia, atenta a las rupturas y a las transformaciones decisivas, no son los mejor colocados para comprender este desorden para nada, sino para el placer, estas acciones que se llevan a cabo para que pase algo, para hacer algo en lugar de nada cuando no hay nada que hacer, para reafirmar de un modo dramático –y ritual- que uno puede hacer algo, así se trate de la acción reducida a la infracción, la transgresión, que en cualquier caso, en el éxito o en el fracaso, garantiza que “causará sensación”.

Tal vez exista, diga lo que diga Marx, una filosofía de la miseria, más cercana a la desolación de los viejos vagabundos y payasescos de Beckett que al optimismo voluntarista tradicionalmente asociado al pensamiento progresista. Y no es el mérito menor del registro positivista el permitirnos oír, más que los clamores indignados o los análisis razonadores y racionalizadores, el inmenso silencio de los desocupados y la desesperación que expresa.

¡Larga vida a lo disfuncional!

François Brune

En el mejor de los mundos que es el nuestro, las “disfunciones” están a la orden del día. Sin embargo, sería un error afligirse: la economía occidental demuestra, a través de sus propios derrapes, que avanza irreversiblemente por el camino del progreso, y esto sucede en todos los órdenes...

¿ Su computadora falla? “Una pequeña disfunción, dice el especialista; es normal”. Usted se tranquiliza: el desperfecto específico prueba la excelencia del conjunto.

El último cohete Ariane falla al despegar. ¿Defecto en un motor? ¿Desperfecto en un microprocesador? ¿Error humano? “¡Disfunción!” Los técnicos analizarán, encontrarán. Y se podrá empezar de nuevo.

Un túnel se incendia. ¿Mal diseño? ¿Defecto en el sistema de control? ¿Reducción del presupuesto destinado al mantenimiento? Disfunción.

Una fábrica explota. Disfunción. Los expertos investigarán, encontrarán, y pronto todo funcionará como antes.

¿ El servicio meteorológico se equivoca en sus pronósticos? ¿Una red de autopistas se paraliza a causa de nevadas previsibles? Disfunción.

¿ Un recluso psíquicamente alterado estrangula a un inocente bajo vigilancia, en la celda de una cárcel? Es una “disfunción” del sistema carcelario (fines de enero de 2002).

Resulta difícil esclarecer en Yonne el “misterio de las desaparecidas”. Es lamentable; pero, en definitiva, no es más que una “disfunción de la justicia”.

El Erika, luego el Prestige encallan y derraman sus cargamentos. ¡Disfunciones! Absolutamente excepcionales, por cierto. ¿No se había alertado a Bruselas? ¿Usted dice que esto no tendría que haberse producido? Es cierto. Pero ahí también hubo una suerte de “disfunción”. La Comisión Europea, de alguna manera “falló”, a su modo. Tranquilícese, la próxima vez... ¡Ya no habrá próxima vez!

Estos últimos años, se produjeron en los mercados financieros maniobras especulativas muy nefastas. Disfunciones, por supuesto. ¿Qué decir de las quiebras de Enron y de Worldcom? ¡Disfunciones! “Olvidaron los fundamentos”, explica Thierry Breton (1); de donde se desprende la solución luminosa: saldremos de los atolladeros del capitalismo con más capitalismo (2).

¿ Tuvo la democracia francesa algún problema con ciertos partidos? Disfunciones. A veces se dice también, muy técnicamente, “déficit”. “Un déficit de democracia” explicó el fracaso de Lionel Jospin en abril de 2002... Con algunas disfunciones de regalo (del tipo “Allègre” o “Michelin”). Pero, naturalmente, nada que ver con la situación económica o social.

Sobre este listado diariamente renovable, caben tres observaciones:

- El uso de la palabra “disfunción” concentra siempre la atención en la falla de un elemento parcial del sistema global, como si se tratara de una excepción que confirma la regla. Cualquiera que sea la catástrofe, siempre es un problema menor el que se interpone. Que enormes sistemas tecnológicos, perfectamente “operativos”, puedan estar a merced de un error infinitesimal, de un “talón de Aquiles” miniaturizado, no parece alarmar a nadie. Se lo denomina “disfunción”, se persevera en el mejor camino de una funcionalidad tan frágil como sofisticada; y ¡ay de los “ilusos”!, como Ivan Illich, que se atreven a acusar al sistema funcional en su conjunto. Cuando un Airbus 320 se estrelló en el monte Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, hace diez años, un comentarista exclamó: “¿Por qué, ante cada accidente, hay quienes se atreven a la regresión, al punto de acusar a la modernidad? El incidente en el camino, que es el fallo técnico de un avión sofisticado, ¿debe poner en tela de juicio toda la evolución?” Incidente en el camino... fallo técnico... evolución irreversible... Los efectos perversos de la modernidad “demuestran” la excelencia de la modernidad.

- ¿Interpretación abusiva? No: esta lógica paradójica es inherente al lenguaje mismo. ¿Qué es una disfunción? “Un trastorno del funcionamiento”, señala el diccionario. Así, cuando se habla de disfunción del sistema digestivo o del sistema nervioso, esto implica el reconocimiento del valor del sistema para sólo lamentar el trastorno pasajero. Pero esto se torna una manipulación política cuando la palabra se traslada a todo tipo de realidades tecnológicas, económicas, sociales, ecológicas, incluso militares (3). Porque, entonces, se legitiman su naturaleza y su función en el instante mismo en que se observan sus “desvíos”. Se “eufemizan” los trastornos, absteniéndose de señalar a los culpables. El término disfunción se convierte en la fácil coartada para justificar toda lógica funcional. Confirma los futuros desórdenes, los vacuna de antemano.

- “Vacuna”: ésta es precisamente, según Roland Barthes, la figura retórica que consiste en confesar algunos errores ocasionales para lograr que se acepte mejor un mal principal. Retórica tanto más sutil cuando, en su sabia extensión y complejidad, la palabra “disfunción” parece contener siempre la causa de aquello cuyo efecto describe. El experto que la emplea parece dominar lo real. La opinión intimidada, el periodista carente de objeciones, no tienen tiempo de acusar a la lógica del sistema que “disfuncionó”. Quedan deslumbrados ante una razón técnica que disuade de buscar la Causa de la causa. La focalización en el “cómo” impide la emergencia del “por qué”. Y en cada caso, bajo el artificio retórico, se perfila la omnipresencia de la ideología funcional, garante del mito del progreso. Como lo demostró Jacques Ellul en Le Système tecnicien (4), la regla es siempre “responder a los efectos perversos del Sistema a través de soluciones que aumentan la perversidad del Sistema”. Hay una “tecnificación” a ultranza; la generación de un potencial infinito de problemas que se denominarán “disfunciones”; el intento, ante cada fracaso, de aportar remedios sofisticados que incrementan la nocividad del sistema. Y se llega al punto dramático en el que “ya no se puede destecnificar”. ¿Ejemplos?

Las autopistas y los túneles están saturados de camiones. Para reducir ese tránsito y hacer que respiren ciertos valles, habría que regular, limitar, invertir la tendencia. Sobre todo, habría que oponerse radicalmente a la alocada expansión del transporte terrestre debido a la máxima reducción de stocks... En lugar de ello, ¿qué se hace? Se crean nuevas autopistas, se perforan largos y costosos túneles, y se alienta la demencia del sistema creyendo remediar sus “disfunciones”.

Se escuchan lamentos sobre la violencia en los medios de comunicación, especialmente en la televisión. Por lo menos habría que reglamentar y tener el coraje de prohibir. Sobre todo, y radicalmente, habría que enfrentar a la tiranía del rating que resulta de la absoluta sumisión de los canales a la omnipotencia de la publicidad. En lugar de ello, hay quienes agitan la amenaza de medidas “liberticidas”, apelan cándidamente a la educación de los niños por padres que carecen de educación, y no tardan en llegar a la solución- imaginada hace algunos años- de un chip informático que permita encriptar las escenas traumáticas, lo que evidentemente resolverá el problema...

Indudablemente, el petróleo ensucia nuestras playas; ¡pero no se va a frenar la libre circulación de un oro negro que irriga toda nuestra economía! Vayamos pues en busca de la solución técnica. ¡Y acaba de aparecer! Es un barco con bomba de succión capaz de absorber las capas de combustible que se encuentran a la deriva sobre las aguas. ¡Un barco que se beberá el mar! Fabricado por Alsthom, funciona con petróleo, y sin duda con el petróleo que recoge funcionando... Fuente de empleos, dado que será necesario producirlo en serie. ¡Y que se venderá en el mercado mundial!

El fracaso del “desarrollo” en los países considerados sin embargo “en vías de desarrollo” resulta preocupante, y esto a pesar de la ayuda de nuestros ingenieros, nuestras ONG, nuestros préstamos... y de las éticas inversiones de nuestras desinteresadas empresas. ¿Qué hacer? ¿Poner en tela de juicio los modelos de desarrollo que les prescribimos como los mejores? Ni pensarlo. Dado que nuestras formas de ayuda se revelaron hasta el momento tan constantemente efímeras, les proponemos de ahora en adelante un desarrollo “sostenible”, que perpetuará el fracaso de sus economías perpetuando el modelo (5).

Las “guerras del Golfo” convertidas en rituales resultan alarmantes. Pero qué son sino las mini-disfunciones de una Pax americana que funciona de maravilla sobre el principio del Si vis pacem, para bellum (6). A menos que sea la paz misma la que, frenando las lógicas de guerra, aparezca como una disfunción mayor en la inocente expansión del “way of life” estadounidense...

En Francia, desde hace algunos meses, asistimos a una “catarata de planes sociales”. ¿“¡Disfunciones!”, dirá usted? De ninguna manera. Como para desmentir nuestro brillante análisis, nuestros gobernantes ¡nunca emplearon la palabra fetiche! ¿Qué sucede entonces? Sólo esto: los planes sociales no son disfunciones. Son el signo de una economía liberal que galopa con buena salud bajo el látigo de la feliz mundialización...

Por lo tanto es como para soñar... ¡con una buena disfunción!

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NOTAS:

(1) Le Monde, París, 3-7-02, pág. 11. La palabra disfunción abunda en esa página.
(2) “À crise de marché, remèdes de marché…”, señala con razón Serge Halimi en Le Monde diplomatique, edición española, septiembre de 2002. Para resolver una crisis comercial, nada como reforzar la lógica comercial que origina dicha crisis.
(3) En Afganistán, algunos B 52 bombardearon a soldados estadounidenses. Disfunciones... Lo mismo en Irak, donde la expresión “disparo amigo” demuestra que la “disfunción” es, de ahora en adelante, parte de la función. Ya en El discreto encanto de la burguesía, un militar encarnado por Piéplu exclamaba desanimado: “Si los estadounidenses bombardean a sus propias tropas, ¡es porque tienen sus razones!”
(4) Calman-Levy, París, 1977, libro agotado.
(5) Véase Défaire le développement, Refaire le monde, La Ligne d’Horizon, Parangon, 2003.
(6) Si quieres la paz, prepara la guerra. Madeleine Albright no decía acaso, para acelerar la intervención estadounidense en Kosovo: “¿Para qué tener un ejército tan maravilloso si no se lo utiliza nunca?”

En Paraguay, una democracia en liquidación

Para evitar un fracaso humillante, el ex presidente Carlos Menem, principal artífice del desastre que afecta a Argentina, ha renunciado a disputar la segunda vuelta de la elección presidencial, el 18 de mayo. Elegido únicamente con el 21,9% de los votos- aquellos que sitúan su nombre en primer lugar-, el peronista Néstor Kirchner gozará de una débil legitimidad. En Paraguay, con la victoria de Nicanor Duarte, el 27 de abril, el partido Colorado retiene un poder que detenta desde hace cincuenta y seis años- dictadura comprendida.

Con sus trece años de vida, la «democracia» paraguaya está sumida desde febrero de 2002 en un folletín político-judicial macabro y estrafalario. Cuando María Edith Debernardini, esposa de un rico empresario, llevaba desaparecida varias semanas, los investigadores de los servicios de policía judicial explicaron que fue víctima de activistas de un movimiento político de izquierda que optó por financiarse mediante secuestros. ¿Acaso las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no proceden de esa manera ?, agregan.

Fueron acusados dos “sospechosos”, Juan Arrom, miembro dirigente del movimiento Patria Libre (fundado en 1990) y Anuncio Martí, periodista y militante del mismo movimiento. Una vez así señalados, desaparecen. Tienen el perfil perfecto de los culpables prófugos. Sus familias y los medios que cubren el caso los encontrarán finalmente in extremis, presos y torturados en una residencia en las afueras de Asunción.

Las preguntas no tardan en aparecer: ¿por qué, antes de este epílogo, la policía hizo todo lo posible para impedir que las familias encontraran a las dos víctimas ? ¿Por qué el gobierno se empeña en convertir a Arrom y Martí en culpables, acusándolos de haber organizado su propio secuestro ? Extenuado, con las marcas de la tortura aún visibles en sus muñecas, Arrom daría su versión de los hechos. “Me detuvo la policía. Quisieron implicarme, junto a mi movimiento, en un secuestro, y hacerme confesar una conspiración imaginaria contra el gobierno, de la que formarían parte Patria Libre y todos los demás partidos de la oposición. En el fondo, este método es ‘stroessnerismo’ puro.»

El poder paraguayo es sorprendido así in fraganti : su naturaleza profundamente represiva, heredada de la época del dictador Alfredo Stroessner, sale a luz crudamente. Día a día se hace más evidente que los dos hombres fueron víctimas del aparato represivo del Estado.

En momentos en que el Cono Sur regresaba a la democracia, Paraguay pareció alinearse con sus vecinos : en 1989, Alfredo Stroessner, obligado a abandonar el poder luego de 35 años de reinado, deja tras de sí una de las dictaduras más negras y cruentas de la región. Por lo menos 150 000 personas habrían pasado por las cárceles de la dictadura y se estima entre 1000 y 3000 el número de muertos y desaparecidos en un país de 5,6 millones de habitantes (1). Un régimen salvaje, incluso para los dictadores vecinos que, por razones de seguridad, decidieron centralizar allí los archivos del Plan Cóndor (2).

Tras el alejamiento del viejo dictador, su propio partido (el Partido Colorado, en el poder desde 1947, antes incluso de la presidencia de Stroessner) permanece en la gestión pública. Desde entonces, la clase política prácticamente no se renovó. La corrupción y el clientelismo gangrenan todo el aparato del Estado : ¿acaso el Presidente de la República en ejercicio hasta el próximo 15 de agosto, Luis Ángel González Macchi, no es hijo del ex ministro de justicia y trabajo de la época de Stroessner ?

Debida en gran parte a las traiciones y otras perfidias que jalonan la trayectoria del Partido Colorado, la agitación política posterior a 1989 da testimonio de las deficiencias de la democratización. La figura del general Lino Oviedo (quien había participado, sin embargo, en la separación de Stroessner de su cargo) sobrevuela la vida política de los años ’90. Cuando en abril de 1990 este general intenta un golpe de estado contra Carlos Wasmosy, primer presidente electo en cincuenta años, Paraguay es fuertemente reprendido por sus vecinos y socios del Mercado Común del Sur (Mercosur) –Argentina, Brasil, Uruguay-, quienes le reprochan ser una amenaza para la democracia en la región. Esta nueva acusación termina de desacreditar a Paraguay –reino del contrabando y supermercado de armas- frente a la comunidad internacional.

El pulso entre Wasmosy y el general Oviedo se agrava cuando el segundo es condenado a diez años de prisión por haber fomentado el golpe de estado de 1996. Raúl Cubas, aliado político del potencial caudillo, es elegido Presidente de la República “en su lugar” y, en el ejercicio de su función, libera al general. Esta sombría y patética lucha por el poder en un país donde la pobreza afecta a 2 millones de habitantes (3) culminará con el asesinato de Luis María Argaña, vicepresidente de la República, aunque enemigo político de la pareja Cubas-Oviedo. Una revuelta ciudadana y democrática estalla entonces a fines de marzo de 1999.

En el transcurso del “marzo paraguayo”, que pasó casi desapercibido en la prensa internacional, miles de personas (entre ellas muchos jóvenes) reclaman la renuncia de Raúl Cubas. “Todos quisieron dar una nueva oportunidad a nuestro país”, recuerda Richard Ferreira, hoy periodista del diario Última Hora. Para muchos, la rebelión de una parte de la población contra el gobierno y su aparato de seguridad es un hecho social histórico, tal vez un acto fundacional de la nueva democracia. Como escribe el periodista: “Las noches que todos los manifestantes pasaron frente al Congreso para defender la libertad, la democracia, la patria, a riesgo de perder la vida, fue el gesto más importante de toda nuestra historia, porque la ciudadanía fue la protagonista principal.” Siete personas resultaron muertas. Si bien el presidente Cubas renuncia y Oviedo se exilia, la victoria resulta amarga y de corta duración. Convertido en presidente interino, González Macchi promete nuevas elecciones muy rápidamente. Elecciones que tendrán lugar el 27 de abril de 2003.

Pese a la revuelta de marzo de 1999, el régimen volvió rápidamente a sus antiguas prácticas: un conservadurismo agresivo en materia política y económica. Los desencantados del “marzo paraguayo”, miembros de la sociedad civil (jóvenes estudiantes, intelectuales, periodistas), militantes y sindicalistas, parecen ser el blanco de una ofensiva gubernamental destinada a reducirlos al silencio.

La discreción de Paraguay en la escena internacional enmascara pues una oscura realidad: una represión aceptada por una población acostumbrada a callar desde hace décadas. Juan Arrom, el militante torturado de Patria Libre, afirma que el gobierno le hizo pagar su activismo, en especial con los campesinos sin tierra, en un país donde el 90% de la superficie cultivable está en manos del 10% de la población (4). Para Arrom, la única forma de luchar contra lo que él denomina “el terrorismo de Estado” es “desmantelar el aparato represivo estatal, poner fin a la continuidad del sistema... De lo contrario, no hay verdadera democracia”.

La concentración del poder político en manos de unos pocos, sumada a la conservación de su patrimonio financiero y económico, no constituye un fenómeno nuevo en América Latina. Pero si la defensa de los intereses privados de los poderosos utiliza métodos heredados de otra época, un fenómeno nuevo se perfila en Paraguay: el contexto internacional de lucha contra el terrorismo provee nuevas armas ideológicas al poder establecido. Para Eduardo Oreja, secretario general de la Central Nacional del Trabajo (CNT), “Paraguay forma parte plenamente del ‘esquema 11 de setiembre’; el poder criminaliza a todos los movimientos de oposición vinculándolos a una internacional terrorista. Al fin y al cabo está de moda, y es tan sencillo...”

En efecto, el combate contra “el eje del mal” lanzado por Estados Unidos tiene una particular resonancia en este rincón del mundo. En la región denominada de las “Tres Fronteras” (las de Brasil, Paraguay y Argentina) residen muchos inmigrantes oriundos del Medio Oriente y especialmente una importante comunidad libanesa. Hace años que la CIA sospecha la implantación del Hezbollah en la región, especialmente a partir de los atentados perpetrados en 1992 y 1994 en Buenos Aires contra la embajada de Israel y la asociación mutual israelita AMIA. Después del 11 de setiembre de 2001, se estrechó la vigilancia en torno a Paraguay. Según Amnesty International, fueron detenidos diecisiete árabes residentes en la zona; todos salvo uno, que fue expulsado, fueron liberados, porque no se les pudo acusar de nada. En octubre de 2002, agentes del Departamento de Estado de Estados Unidos acudieron como refuerzo para dar cursos de “lucha antiterrorista” a los policías y militares paraguayos...

Paraguay está pues en la mira de Estados Unidos, pero esta presión antiterrorista le viene como anillo al dedo a un Partido Colorado que lucha contra una oposición molesta, aunque frágil. ¿Qué más fácil, para desacreditar a un movimiento rebelde, que tratarlo de subversivo y criminal, de terrorista, mediante una maliciosa reducción que, dada su insistente aplicación por George W. Bush, ya no asombra a nadie? A nivel continental, rápidamente se hace la amalgama con las FARC colombianas. Además, el secuestro en Brasil del publicista Washington Olivetto, aparentemente perpetrado por el movimiento de extrema izquierda chileno Frente Patriótico Manuel Rodríguez, lleva agua al molino del gobierno paraguayo.

Para los sindicalistas de la CNT (que agrupa a 80.000 miembros, 80% de ellos campesinos), la represión política, asimilada al antiterrorismo, se combina con la imposición, desde arriba, de un modelo neoliberal, que aniquila toda alternativa propuesta por los trabajadores. El desarrollo económico del país parece no obstante estancado: la industrialización está en sus comienzos y los precios de las materias primas procedentes de la agricultura (en particular el algodón) están sujetos al mercado. El número de desocupados ronda el 50% de la población y el ingreso medio anual por habitante es de 1550 dólares (mientras en el vecino país de Uruguay asciende a 5500 dólares anuales por habitante) (5).

El movimiento campesino, combativo y muy organizado, es la punta de lanza de las luchas sociales. Y lógicamente, la primera víctima del terrorismo de Estado al servicio de la defensa de los latifundios (cuyos intereses coinciden con los de la clase política en el poder). Para mantener ese statu quo, el arsenal va desde la limitación del derecho a huelga (dentro del marco legislativo) hasta la violencia lisa y llana. Por tal razón Eduardo Oreja celebró las repercusiones del caso Martí-Arrom: “Por fin se dan a conocer las prácticas del Estado. Hasta el momento, todo sucedía bajo cuerda; hay que saber que 72 campesinos militantes fueron asesinados desde 1989 y que se cree que otros 20 todavía están arbitrariamente presos”.

En 2002, los campesinos paraguayos movilizados volvieron a pagar caro su compromiso a favor de otro modelo económico. La batalla entablada en junio contra las privatizaciones reclamadas por los organismos financieros internacionales dejó como saldo numerosos muertos en las filas opositoras, alcanzados por disparos durante manifestaciones. Protestaban en especial contra la privatización de la compañía de telecomunicaciones Copaco y las irregularidades del procedimiento: un notario amigo del presidente Macchi recibió 500.000 dólares, mientras que todos los trabajos de notaría están legalmente a cargo de la administración gubernamental.

¿ Cuenta el pueblo paraguayo con los medios para reaccionar? Numerosas manifestaciones de apoyo a Arrom y Martí tuvieron lugar en Asunción luego de su liberación, pero nada que pueda compararse a una movilización general. El dificultoso acceso a la información y un temor aún perceptible (y justificado) a los servicios militares y policiales explican sin duda por qué los paraguayos prefieren decir que viven en un país “tranquilo”, lejos de la agitación que reina en los países vecinos y ocupa a menudo la primera plana de la prensa extranjera. El proceso de privatización está en suspenso, el caso sobre el secuestro de Arrom y Martí está “en curso” y el 11 de febrero el Senado rechazó un procedimiento de destitución que apuntaba a Macchi, blanco de múltiples acusaciones de corrupción (6). En los cafés de la capital, las conversaciones siguen interrumpiéndose si algún policía amaga entrar. En tales condiciones, ¿puede soprender la elección, el 27 de abril, de Nicanor Duarte, líder del inamovible Partido Colorado, en el poder desde hace... cincuenta y seis años?
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(c) Raphaële Bail (Periodista)
(c) Le Monde diplomatique-ed. española/ Junio 2004
http://www.monde-diplomatique.es/2003/06/bail.html

NOTAS:
(1)-No existen cifras oficiales sobre el “balance” de la dictadura. Las cifras citadas son las más verosímiles y toman en cuenta las distancias entre las distintas estimaciones.
(2)-Véase Pierre Abramovici, “ “’Opération Condor’, cauchemar de l’Amérique”, Le Monde diplomatique, 9-2001.
(3)-Resultados de una investigación basada en el informe 2002 del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Última Hora, Asunción, 7-12-2002.
(4)-Comisión latinoamericana por los derechos y libertades de los trabajadores (www.cladehlt.org/nuestratierra)
(5)-Comisión ecónomica para América Latina (Cepal): www.eclac.org
(6)-González Macchi estaba acusado, entre otras cosas, de la desviación de 16 millones de dólares del Banco Central a una cuenta particular en Estados Unidos y de irregularidades en el intento de privatización de la compañía nacional de telecomunicaciones.